Tantos niños hoy en día solo disfrutan de su papá o su mamá 15 dias al mes. Son esos niños que, por desgracia, la pareja que los quiso traer al mundo no han podido llegar a convivir en paz y armonía y han decido separarse.
Niños que viven entre dos rutinas, dos conjuntos de normas, dos horarios y dos situaciones completamente distintas.
No llego a alcanzar los beneficios de esta situación, que sin duda los tendrá, pero por suerte mía (o al menos yo lo vivo así) no lo he vivido y por ello me cuesta ver lo positivo de este modo de vida.
Debe ser duro también para los papás. Separarse de su hijo/a durante la mitad de toda su vida. Perderse momentos importantes, su primera caca en el baño, su primera buena nota, su primer día de colegio, su alegría instantánea al tener una buena noticia… ocasiones que se perderán, como algunas reuniones familiares, cumpleaños…
Dentro de mi profesión conoces a muchas familias, con lo que sé que hay muchos que no se pierden nada de eso por la buena relación de los dos papás. Sé que hay comunicación constante y facilidad para realizar cambios en las rutinas habituales para hacer que el niño/a no se pierda nada y mejore en los problemas que puedan surgir. Sin embargo, también sé que no son todas así y que hay algunos casos en los que cada uno de los padres no tienen nada absolutamente que ver con el otro. Que cada uno hace cosas completamente diferentes con los niños y que las rutinas, normas y hábitos son distintos cien por cien en las dos casas.
Son en estos casos en los que los niños suelen presentar mayor tipo de problemas, bien de conducta o bien académicos, pero por algún sitio sale la falta de coordinación por parte de sus padres.
Por supuesto, todos pensaremos que esto es una lástima y que no debería ocurrir. Que uno de los dos padres debe ceder en algunos momentos y en otros, el otro, por y para el bienestar del pequeño…
¡Pero pum! Me tocó de cerca. Y ahora que lo vivo desde una perspectiva personal, y no profesional, me doy cuenta de que no es tan sencillo como parece desde fuera. Que no siempre es posible llegar a estos acuerdos, ni siquiera cediendo una parte en ocasiones importantes.
Conozco esos padres que adaptan su vida a sus hijos (separados o no). Esos que se arreglan las vacaciones para estar mayor tiempo con su familia, esos que buscan planes convenientes para niños en fin de semana, que dejan de hacer planes sociales porque los horarios no benefician a sus pequeños (y sin dudarlo, porque les compensa más el tiempo familiar que cualquier evento al que los niños no puedan acudir)
Por desgracia, también conozco a esos otros que los niños les acompañan en su vida según las necesidades adultas. Esos niños que duermen en casa de los abuelos porque ha habido una fiesta a la que acudir… o ¡un viaje! Esos niños que van a planes de adultos y pocas veces disfrutan de una tarde de juegos infantiles con sus padres. Esos niños que se quedan cuidados por otros porque sus padres no adaptan su vida laboral a la llegada de un hijo en su vida. Hay casos de necesidad, sin duda, pero hablo de aquellos que pudiendo, priorizan el dinero al tiempo de infancia que jamás volverá. Un dinero, que ellos quieren creer necesario para la mejor vida propia y del pequeño…
Queridos padres,
Un niño no quiere dinero. Un niño solo necesita pasar tiempo con sus padres y con comer y tener lo más básico, le resulta suficiente.
¡Cuántos nos hemos criado con lo básico y somos adultos felices!
No necesitan tanto como muchos queréis pensar.
Necesidades aparte, un pequeño solo desea estar con sus padres y disfrutar del tiempo que pasa y no vuelve.
Queridos padres separados,
Con más motivo, pasad tiempo con vuestros hijos. Os necesitan y tienen un tiempo mucho más limitado.
Por desgracia, soy conocedora de una situación en la que una pequeña preciosa y maravillosa pasa el mismo tiempo con sus abuelos maternos que con su madre. Ella se va de viaje durante la semana que tiene a su pequeña (algo que no entenderé jamás, porque por desgracia, tiene justo la mitad del mes para irse sin perjudicar el tiempo que podría pasar con ella). Una pequeño bichito que con dos años y medio echa de menos a su madre. Una niña inteligente que sabe y verbaliza que no quiere regalos de viajes ni siquiera de color rosa. Y no entraré en más detalles por muchísimos motivos que no quiero especificar.
Simplemente, resumir que la vida de un pequeño debe cambiar la vida de los adultos… y si no la cambia… algo está ocurriendo. Los hijos se tienen jóvenes y la juventud también pasa solo una vez. No hay que perderla, pero adaptar la vida adulta a la del pequeño no conlleva restarle importancia a las necesidades de un niño/a. Hay tiempo para todo, separados o no.
Muchas otras situaciones se viven, de papás que dejan de vivir, o custodias retiradas. Tantos adultos ejercen de padres y madres sin serlo… Y lo son. Lo son porque adaptan su vida a las de sus pequeños y viven con ellos cada paso que dan, sin retirarlos ni dejarlos a cargo de nadie más que no sean ellos.
Las personas vocacionadas para educar a un pequeño, conocen y saben lo verdaderamente importante.
Acabo este post, diciendo que todos hemos sido niños y que analicemos lo que realmente nos hacía felices de pequeños. Que pensemos que era aquello que queríamos de verdad… y que hagamos que eso que pensamos, lo puedan tener nuestros pequeños a nuestro lado… y no al lado de otros.
Dedicado especialmente a una persona que ha inspirado esto.